Desde las penumbras de mi personalidad aminorada, el ajetreo mundano se oye como en un eco distante, un rumor solamente. Todas las ilusorias imágenes de la realidad terminan por fundirse lentamente; las lágrimas con las sonrisas, el dolor con el placer, el deseo con la satisfacción, el orgullo con la verguenza, el silencio con los alaridos, la luz con la oscuridad. Me estoy quieto mientras la corriente me arrastra, no hay inicio, no hay final. Todas las cosas terminan por ser una misma, yo estoy en todas en ellas como ellas en mí.
Un efluvio de temor y duda me atosigan, (sobre todo cuando la noche se llena de pasos que me roban movilidad y estridencia).
Interrogantes ahogándose, apelmazadas, marchitas.
Tengo problemas con el «cerca», que es cuando me traicionan los sentidos. Vengo de lejos, de la misantropía, de adornar los patios con grandilocuencia adulterada, de los cuartos vacíos. He traicionado hasta al último de mis amigos imaginarios. Me sientan los renunciamientos y sabotear las victorias del héroe ateniéndome al fracaso, a no competir.
Los espejismos derretidos al sol saben como agua de mar.
No me preguntes a mí que tan alto puedes llegar a erigir tu castillo de naipes.
¿No te dicen mis ojos que sé algo que tu no? Pues no es cierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario