Muchos dicen conocer y ser capaces de señalar el camino que conduce a la soledad; pero no me entienden, yo hablo de una soledad libre de susurros molestísimos, de murmullos ensordecedores, libre de fisgones entrometidos, profetas sabelotodo, libre de espejos, de televisores, sobre todo libre de malditas máquinas copiadoras y de estúpidos estrépitos de odiosas motocicletas.
Si existe la belleza, sin dudas es un lugar quedo y solitario, estoy seguro. Un poco de jazz, luz de luna, lluvia, bruma.
Belleza, ¿que palabra es esa?, tan «lejos» de alguien como yo y sin embargo, me hallo aquí, dedicándole estas líneas desquiciadas. Ella ya no me responde, tendré que construírmela de vuelta o buscarme otro ídolo a quién achacarle todas mis desgracias. La recuerdo tan hermosa, bueno, no recuerdo su imagen, pero recuerdo las palabras.
La gente habla de posteridad, pero, para un cadáver ¿cuanto significa la posteridad?
Laberintos, laberintos. Somos tantos. Toda la gente corriendo como si supiera de lo que se trata, como si en alguna parte esto tuviera algún mínimo sentido.
Y soy yo, el más enclaustrado y casto de los monjes discurriendo largamente sobre libertinaje. Oh sádica paradoja.
Y sin embargo volverá a llover un día de estos.
Esto se trata de este preciso instante, ya la cafeína aminoró su efecto en mi sistema, ya se marcharon los ruidosos engendros esos, flota en el aire una brisa agradable, desde hace algunos minutos ninguna de esas máquinas del demonio ha pasado contaminando el éter con sus estallidos del infierno, suena Coltrane interpretando blues.
Y yo que sigo sin dejar de preguntarme que tan cerca puedo llegar a estar de esa belleza. Nunca deja de estar tan lejos de mí. Tanto pensar en concebir. ¿Estoy perdiendo la razón?, ni siquiera recuerdo haberla poseído alguna vez.
Es solo otra estatua, son solo otro par de ojos de mármol. O al menos solo así es como ella me deja que la vea.
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