Renunciamos. La montaña de los escombros creció tanto que terminó habitando junto con las nubes verdes del cielo ceniciento.
Nos deshicimos de nuestros proyectos arrojándolos a la lumbre (ardieron por días enteros antes de consumirse por completo).
Estábamos tan desnudos después. (Aunque cubiertos por la espesa humareda gris de la incertidumbre).
Recuerdo el día en que salí al mundo en busca de aventuras, recuerdo el día en que volví con las manos vacías. No notaste mi ausencia, pero tampoco te extrañé.
He visto gigantes transmutados a molinos de viento, piadosos indigentes homicidas, gente solitaria incapaz de amar. Y palabras como manchas de pintura fungiendo de espejos, o espejismos.
Y nos apeamos de la gran maquinaria que presuntamente hacía girar al mundo, descuidando para siempre sus clavijas y su complicado mecanismo al que había que dar cuerda todos y cada uno de los días. Fue un alivio comprobar que el mundo siguió girando de igual manera. Y toda la gente triste siguió llorando sus desgracias, y la otra, ese pequeño puñado, siguió nadando en una dicha que le fue arrebatada a alguien más.
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