Ahí me encontraba yo —era en un día infernal del final de un invierno poco invernal— sudando copiosamente, inclinado sobre una especie de cuestionario donde se suponía debía respaldar con datos mi supuesta capacidad para desempeñar las funciones de un cargo que ofertaban.
Hace rato que había naufragado entre preguntas mal formuladas o directamente estúpidas y otras que para decirlo subrepticiamente me despertaban sospechas, además del enorme tormento que para mí supone el tratar de recordar fechas —y por favor, no hablemos de números de teléfonos—, en fin, una verdadera tortura para un desmemoriado como yo.
Entonces comienza la entrevista y en un momento dado, la amable y simpática funcionaria de recursos humanos —que examinaba lo que había escrito—, me hace una pregunta sobre una laguna de tiempo que en mi enredo con las fechas había dejado entrever. Algo así como ¿qué estuviste haciendo entre tal fecha y tal fecha?, lo que ahora que lo pienso tiene un matiz hasta divertido, por supuesto no supe que responder, la pregunta me tomó por sorpresa, y si había tenido una chance —cosa que dudo—, se tuvo que haber disipado en ese movimiento. Ahora que lo pienso me veo transportado a una película serie b de film noir, poca iluminación, quizá un pequeño foco de luz amarilla bamboleándose sobre mi cabeza, solamente faltó algún derechazo cruzándome la cara, el policía malo, obligándome a confesar.
Y lo confieso, no me entusiasma para nada contribuir a reafirmar el orden actual de las cosas. Lo triste de esto —por lo menos para mi— es que eventualmente me tendré que tragar mis propias palabras —la cual es una afirmación encendidamente optimista—, o… ¿hay un o? no lo sé, no lo veo.

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