Llovía, llovía preciosamente, y yo, yo caminaba bajo mi paraguas, yo respiraba el aire cristalino de cuando llueve, y caminaba junto a la ruta, junto a una hilera de casas y junto a un pequeño bosquecillo (al otro lado de la ruta), caminaba buscando un lugar en donde aguardar el colectivo que me llevaría a mi madriguera; después de unas cuadras encuentro a un pequeño grupo de paisanos que bajo un árbol inmenso estaban en espera de sendos colectivos que los llevarían a casa, a sus casas, presumí, bajos sus paraguas ellos también, y muy junto a un muro de una casa que ahí había, parados sobre el barro; en cuestión de segundos me doy cuenta de que la razón por la que estos paisanos estaban parados sobre el barro y muy junto al muro de la casa que había ahí, y no sobre la hierba en donde yo me había detenido, junto a la ruta, eran los tremendos salpicones de los vehículos que circulaban a alta velocidad; solo tuve tiempo de dar un medio giro y ¡zas!, totalmente empapado; pero seguía lloviendo, así que me pongo a pensar y llego a la deliciosa conclusión de que no puede existir un evento de más espiritualidad que la lluvia.
Ya en el colectivo y rumbo a mi madriguera se me da por fijarse en todos los rincones, en todas las espaldas de los amables parroquianos, y así descubrir alguna clavija de girar y de dar cuerda a algún arcaico mecanismo de relojería que presumo hace que todas las cosas en esta ciudad y esta misma ciudad toda se mueva. Así es esta ciudad, mi ciudad, es difícil de creer que exista, así de difusa, borrosa, borrosa, cual si fuera la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de otra ciudad que no podría reconocer, es más, no reconozco esta ciudad, lo digo en un sentido de neutralidad y no de queja, lo digo con todo el sacrosanto optimismo que me genera un día perfectamente lluvioso y por lo tanto largamente espiritual.
Ya en el colectivo y rumbo a mi madriguera se me da por fijarse en todos los rincones, en todas las espaldas de los amables parroquianos, y así descubrir alguna clavija de girar y de dar cuerda a algún arcaico mecanismo de relojería que presumo hace que todas las cosas en esta ciudad y esta misma ciudad toda se mueva. Así es esta ciudad, mi ciudad, es difícil de creer que exista, así de difusa, borrosa, borrosa, cual si fuera la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de otra ciudad que no podría reconocer, es más, no reconozco esta ciudad, lo digo en un sentido de neutralidad y no de queja, lo digo con todo el sacrosanto optimismo que me genera un día perfectamente lluvioso y por lo tanto largamente espiritual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario